COMENTARIOS EN CASTELLANO DE LA PELICULA DE CHRIS MARKER
por: Mercedes Álvarez
Algunos fragmentos por Lu...
OBERTURA:
La primera imagen de la que me habló fue la de tres niños en un camino, en Islandia, en 1965. Me decía que para él era la imagen de la felicidad, y también que había intentado en numerosas ocasiones asociarla con otras imágenes, pero que esto nunca había funcionado. Me escribía: “...un día la pondré sola al comienzo de una película, con un largo comienzo negro. Si no se ve la felicidad en esta imagen, al menos se verá la oscuridad”.
Algunos fragmentos por Lu...
OBERTURA:
La primera imagen de la que me habló fue la de tres niños en un camino, en Islandia, en 1965. Me decía que para él era la imagen de la felicidad, y también que había intentado en numerosas ocasiones asociarla con otras imágenes, pero que esto nunca había funcionado. Me escribía: “...un día la pondré sola al comienzo de una película, con un largo comienzo negro. Si no se ve la felicidad en esta imagen, al menos se verá la oscuridad”.
Acto1:
Me escribía: “Regreso de Hokkaido, la isla del norte. Los japoneses ricos y estresados cogen el avión, los otros cogen el ferry. La espera, la inmovilidad, el sueño interrumpido. Todo eso, curiosamente, me devuelve a una guerra pasada o futura: trenes nocturnos, fin de la alarma, refugios atómicos...Pequeños fragmentos de la guerra intercalados en la vida cotidiana”. El amaba la fragilidad de esos instantes suspendidos, esos recuerdos que no habían servido para nada más que para dejar, justamente, recuerdos. Escribía: “después de algunas vueltas por el mundo, sólo me interesa todavía la banalidad. La he perseguido durante este viaje con la obstinación de un cazador de recompensas.
Al alba estaremos en Tokio”.
Me escribía: “Regreso de Hokkaido, la isla del norte. Los japoneses ricos y estresados cogen el avión, los otros cogen el ferry. La espera, la inmovilidad, el sueño interrumpido. Todo eso, curiosamente, me devuelve a una guerra pasada o futura: trenes nocturnos, fin de la alarma, refugios atómicos...Pequeños fragmentos de la guerra intercalados en la vida cotidiana”. El amaba la fragilidad de esos instantes suspendidos, esos recuerdos que no habían servido para nada más que para dejar, justamente, recuerdos. Escribía: “después de algunas vueltas por el mundo, sólo me interesa todavía la banalidad. La he perseguido durante este viaje con la obstinación de un cazador de recompensas.
Al alba estaremos en Tokio”.
Me escribía desde Africa. Contraponía el tiempo africano al tiempo europeo, pero también al tiempo asiático. Decía que en el siglo diecinueve la humanidad había arreglado sus cuentas con el espacio, y que la apuesta del siglo veinte era la cohabitación de los tiempos.
“A propósito, ¿sabes que hay emúes en la Isla de Francia”.
Me escribía que en las afueras de Tokio hay un templo consagrado a los gatos. Me gustaría saber decirte la simplicidad, la falta de afectación de esa pareja que vino a depositar al cementerio de los gatos una lata de madera cubierta de caracteres. Así, su gata Tora estará protegida. No, no estaba muerta, solamente desaparecida, pero el día de su muerte nadie sabrá cómo rezar por ella, cómo interceder para que la muerte le llame por su verdadero nombre. Era preciso que vinieran aquí los dos, bajo la lluvia, para cumplir el rito que iba a reparar, en el punto descosido, el tejido del tiempo.
Me escribía: “Me he pasado la vida preguntándome sobre la función del recuerdo, que no es lo contrario del olvido, sino más bien su reverso. No recordamos, reescribimos la memoria como se reescribe la historia. ¿Cómo acordarse de la sed?”
(...)
Mi problema personal era algo más concreto: cómo filmar a las mujeres de Bissau. Aparentemente, la función mágica del ojo jugaba aquí en contra de mí. Es en los mercados de Bissau y Cabo Verde donde he encontrado la igualdad de la mirada, Esta procesión de rostros tan próximas al ritual de la seducción: yo la veo –ella me ha visto- sabe que yo la veo- me ofrece su mirada, pero justo en el ángulo en donde todavía es posible simular que no se dirige a mí –y para terminar, la verdadera mirada, que ha durado cuatro centésimas de segundo, el tiempo de una imagen.
Todas las mujeres guardan un resto de invulnerabilidad, y el trabajo de los hombres siempre ha sido intentar que ellas se den cuenta lo más tarde posible de esto. Los hombres africanos están tan dotados como los demás para este ejercicio, pero mirando bien a las mujeres africanas yo no apostaría por ellos”.
(...)
Todas las mujeres guardan un resto de invulnerabilidad, y el trabajo de los hombres siempre ha sido intentar que ellas se den cuenta lo más tarde posible de esto. Los hombres africanos están tan dotados como los demás para este ejercicio, pero mirando bien a las mujeres africanas yo no apostaría por ellos”.
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Etiquetas: texto fragmentos
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