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arte-experiencia J.Dewey

LLR


La nueva edición de “El arte como experiencia”, publicada por primera vez en 1934 y traducida con ciertas imperfecciones al castellano en 1941, es el resultado de la labor de revisión y corrección de Jordi Claramonte para su mayor fidelidad con el texto original. La versión mejorada y algunas ideas introductorias realizadas también por el teórico en artes, nos introducen en el pensamiento y la sensibilidad estética de un autor que supera la visión de las tradiciones hegemónicas de la estética y la teoría de las artes en el contexto norteamericano para adentrarse en un modo alternativo que conecta el estudio del arte con la vida cotidiana.
El aporte realizado por Dewey facilita la investigación y comprensión de una historia de la cultura al indagar sobre las implicaciones antropológicas, sociales y políticas de las prácticas artísticas. No realiza una interpretación desde categorías y cánones externos a la obra sino que la abarca desde su esencialidad estética, desde su génesis y finalidad a partir de las fuerzas que se disputan en su construcción. Alejado de categorías rígidas y/o clasistas de la sociología, de las distinciones entre baja y alta cultura, o del arte como reflejo, se aventura en una concepción orgánica del arte, en cuanto a que la obra y su producción se desarrollan a partir de vínculos profundos con el entorno. Para Dewey todo arte surge por la interacción entre el organismo vivo y su medio, entre la obra y su contexto, en forma de una constante reorganización de energías, acciones y materiales.[1] De este modo, recobra la idea de una privilegiada continuidad de la experiencia estética con los procesos normales de la vida. La obra de arte ni es el producto directo de las condiciones económicas, materiales, políticas, ni es un ámbito sagrado, totalmente autónomo, desligado del acontecer histórico, social, terrenal.
En el texto nos encontramos con conceptos y categorías humanísticas del filósofo, psicólogo y pedagogo estadounidense que sistematizan y estructuran su teoría y metodología de investigación sobre el fenómeno artístico. Los “modos de relación” se presentan como los agentes principales del arte, los cuales promueven la organización de la “experiencia”, desde lo más extraordinario a lo más cotidiano, desde la experiencia artística a la experiencia corriente. Intenta demostrar que lo estético no es una intrusión ajena sino el desarrollo intenso y clarificado de los rasgos pertenecientes a toda experiencia completa y normal.[2] La pregunta es cómo la forma cotidiana de las cosas se transforma en genuinamente artística, o cómo es que nuestro goce cotidiano de escenas y situaciones se transforma en la satisfacción peculiar de la experiencia estética. Su pensamiento afirma que en la medida en la que el desarrollo de una experiencia se controla por medio de referencias a relaciones de orden y satisfacción, inmediatamente sentidas, adquiriere una naturaleza predominantemente estética.[3] Tanto en el productor como en el contemplador ha de tener lugar un acto de abstracción de la experiencia, el ejercicio de una extracción de lo significativo. De este modo, la actividad se convierte en acto de expresión de la experiencia, en expresión artística. Cuando prácticas que quedarían obsoleta por la rutina o la inercia se tornan coeficientes revistiéndose de un nuevo significado, potenciando sus cualidades sensibles y simbólicas, estamos en presencia de la conversión de una experiencia vulgar en una experiencia de valor estético. El arte posee la capacidad de convertir materiales mudos de lo ordinario, en medios elocuentes. [4]
En conclusión, para Dewey, el material de la experiencia estética es social, porque es una manifestación y un registro de la vida, del contexto de la que es parte. Es un medio para promover su desarrollo y también el juicio último sobre la cualidad de una sociedad. Porque mientras los individuos la producen y la gozan, esos individuos son lo que son en el contenido de su experiencia, a causa de las culturas en las que participan. Su teoría nos aleja del uso de un determinismo económico y social para la comprensión de las actividades artísticas, de métodos que promueven tendencias generales olvidando el sentido de la variedad o la especificidad de los fenómenos culturales. Apoya un estudio en profundidad de casos concretos y experiencias locales, no extendiendo interpretaciones o metodologías de disciplinas foráneas sino construyendo y utilizando herramientas que el propio hecho y la coyuntura demandan.

[1] Introducción de Claramonte, Jordi, en: Dewey, John. El arte como experiencia. Barcelona: Ed. Paidos, 2008. pág: XIV
[2] Dewey, John. El arte como experiencia. Barcelona: Ed. Paidos, 2008. pág: 53
[3] Op. Cit. pág: 58
[4] Op. Cit. pág: 258

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