La lectura de La estatua de mármol nos retrotrae a las manifestaciones fundamentales del romanticismo. Páginas pobladas de misteriosas experiencias, la idea del destino, de existencias influidas por fuerzas ocultas que recargan de misticismo y, particularmente en Eichendorff, de un potente amor por la naturaleza la totalidad de la obra.
El romanticismo alemán será fiel al clasicismo, pero no al clasicismo de la norma, sino al de la humanidad. El romanticismo y el idealismo alemán llevan hasta sus últimas consecuencias este ideal de humanidad a través de la estética y de la práctica del arte. Por lo cual, la teoría estética de Schelling puede servirnos de soporte, como línea filosófica, para comprender la obra de Eichendorff y la particular relación que se establece entre la escultura y la literatura en el recorrido de su obra.
También Jean Starobinski, Pier Aldo Rovatti, Hans-Heino Ewers, desde el análisis de piezas literarias de la época como desde el campo de la filosofía, nos ayudarán a contextualizar y abordar La estatua de mármol. Esto es, en un primer momento, poder abarcarla como fenómeno propio de transición en los modos de comprensión del amor dentro del modelo moderno burgués, consecuentemente adentrarnos en el viaje iniciático experimentado por Florio, el personaje principal, y finalmente, a la luz de la filosofía, contrastar no sólo la experiencia estética vivenciada por nuestro personaje principal en la contemplación de la obra escultórica sino también introducir algunos conceptos en relación a la formación de la metáfora y la utilización de imágenes sensibles a través de las cuales se expresa la espiritualidad de los personajes.
La estatua de mármol relata el viaje de Florio, joven noble, que arriba a la ciudad de Lucca. Su primer encuentro es con Fortunato, conocido cantor al cual sin conocer todavía su identidad le confía la razón de su viaje:
“He decidido viajar (...) y ahora me encuentro liberado de una prisión; todos mis antiguos deseos y todas mis alegrías gozan ahora de libertad. He crecido en la tranquilidad de un lugar desde el cual contemplaba ardientemente las lejanas montañas azules, cuando la primavera, como un mágico juglar, cruzaba nuestro jardín y sus cánticos atraían hacia la maravillosa lejanía con sus infinitos y enormes placeres.”
Florio nos da a conocer sus juveniles deseos y la vitalidad que lo ha impulsado en su viaje, el cual se convierte en un canal de liberación de sus pensamientos y sensaciones más íntimas antes contenidas. De modo que nos introduce en lo que va a ser un viaje inciático que lo reconecte con aquellas imágenes construidas en su fantasía durante su adolescencia.
Al llegar a la plaza, entrado el atardecer, es cuando Florio percibe a la joven a la cual le dedica su canto y ella accede a besarle formando una pareja más del círculo de jóvenes que se habían reunido.
Como sostiene Ewers y como veremos más adelante, las historias de Eichendorff presentan la educación erótica propia del modelo burgués, por la cual la mujer se manifiesta en dos formas de amor moralmente antagónicas, representando dos modelos sociales diferentes. En las novelas del romanticismo este fenómeno se plantea, mas que en el ámbito social, desde la psique masculina. Un código sexual ambivalente entre la fantasía y la disciplina moral, dice Ewers, que produce la antinomia entre dos imágenes de mujer que se traducen en la dualidad del objeto del amor a los que se atribuye significados mitológicos, religiosos y psicológicos. La estatua de mármol representa estas características, características propias de las novelas llamadas de culto a Venus, donde los dos modelos femeninos construidos, en este caso en la imaginación de Florio, consisten una en la representación de la Venus pagana y otra en la imagen desexualizada de la Virgen, materializándose en la historia en diferentes seres con los que se relaciona. Podemos decir que hasta el momento nos hemos encontrado con la joven Bianca, con uno de los planos emocionales de Florio que se irá profundizando y tomando tridimensionalidad a medida que transcurra la historia.
Es Fortunato con su canto quien simbólicamente produce el quiebre del relato amoroso del atardecer entre Florio y la joven, y nos induce a recorrer una dimensión más profunda y oscura de las vivencias de nuestro personaje.
“¿Qué me alegra tanto/ todo el corazón?/ ¿Adónde me lleva la canción?/ Cómo en las montañas/ tan contento estoy/ y saludo al mundo/ con todo mi amor/ ¡Oh, Baco, ya veo,/ oh divino dios, / la brasa que enciendes/ en el corazón/ ¡Oh, qué bella joven,/ qué hermoso mirar!/ Tus llamas me inflaman/ sólo al contemplar./ ¿Es el dulce amor/ quien te hace feliz?/ Es la primavera/ de bello matiz./ Es la diosa Venus,/ dueña del poder,/ que se regocija/ al amanecer./Por los altos montes/ vuela el dios Amor/ y agita sus alas/ todo en derredor./De sueños dorados/ ella reina es,/ y el aura mece con sumo placer./Por el verde prado/ caballeros van,/con damas hermosas/ bailando al compás./ Y todos se alegran con su amor en paz./ Feliz y contentas/ las parejas van.
De pronto , la canción cambió su tonada y las palabras fueron diferentes:
La música cesa,/ el verde es mortal./ Las damas se callan,/mudo está el galán./ Todo queda quieto/ en el cielo azul./ Rocio de lágrimas/ cubre como un tul./ De en medio de la fiesta/ un huésped salió./ Está solitario,/ da a todos pavor./ Corona de lirios/ lleva sobre sí./ Flor de adormidera/ le cubre también./ Sus labios tan pálidos,/ tan blanca su sien,/ prodigan mil besos./ Y todos preguntan:/ ¿Quién es? ¿Quién?/ Una antorcha lleva,/ no se sabe qué,/ girando en sus manos./El mundo se ofusca./ No se puede ver./ Las flores se apagan./ De noche ya es./ ¡Oh, joven divino,/ oh, tu hermoso ser!/ Deja el torbellino./ ¡Oh, déjame ver!/Quisiera ir contigo./ Al cielo subir./ En tus brazos blancos/ a lo alto ascender.
Aquí también hace su aparición un caballero, “oscura figura” dice el texto, que le resulta familiar a Florio y que hasta le habla sobre sucesos de su infancia. Es Donati:
“La extraña iluminación hacía que Donati apareciese, más pálido y horrible”
Resalto estas líneas porque es el canto de Fortunato y la aparición de Donati los que marcan un giro en la historia de Florio. La joven desaparece y las alusiones a lo oscuro, confuso, de algún modo, como dice Starobinski, la sombra de la historia se hace presente. La subjetividad de Florio cobra volumen y se proyecta sobre la naturaleza con cierta lectura simbólica que a la escala del universo físico nos transmiten estados emocionales. La misteriosa aparición de Donati, conocedor de su pasado, también nos invita a ir hacia la interioridad de nuestro personaje principal y hacia la formación sentimental de sus tempranas etapas.
Florio sale a caminar cuando todos duermen y la imagen de la joven comienza a tornarse más hermosa, “como no se había visto nunca”. Y es en el estanque rodeado de altos árboles donde Florio experimenta sus deseos más profundos, se remueven sus imágenes de la infancia convirtiendo la contemplación de la Venus en un aprendizaje intelectual y estético único abriendo camino a una nueva sensibilidad y conocimiento de sí mismo:
“Florio se quedó mirándola como paralizado, pues de pronto aquella estatua le daba la sensación de ser una amada de antaño, como una flor maravillosa que brotaba en el atardecer primaveral y en la quietud soñadora de su juventud.
(...) Permaneció largo rato con los ojos cerrados, deliciosa y dolorosamente fascinado...Cuando los abrió, todo parecióle cambiado. La luna salía entre las nubes, un fuerte viento levantaba agitadas ondas en el estanque y la estatua de Venus, tan blanca e inmóvil, parecía mirar espantada la infinita calma de la noche”
Los fenómenos de la naturaleza aparecen como la manifestación sensible de su experiencia. El amor, en este caso, se presenta como esa turbación relacionada con la magia del momento fugitivo, con lo intuitivo, que acompañan los signos de la naturaleza. Episodio nocturno que materializa la pasión por lo ilimitado, lo inconmensurable de la naturaleza y de su propio ser, apartado de las barreras de cualquier norma social.
La Venus simboliza la confrontación con el deseo originario, con aquel amor primigenio. Y la fría eternidad de la estatua la objetivación y materialización de la experiencia, la concientización de sus deseos e intuiciones. La experiencia estética suscitada por la Venus lo aproxima a un universo de imágenes, recuerdos, construidos desde su infancia, que contrasta su mundo interior y lo bifurca entre el amor con la joven de la plaza y el amor hacia un ideal amoroso recobrado desde lo más profundo de su inconsciente.
La Venus griega y el mármol trabajan conceptualmente como símbolo de una estética y como material noble, en la contención del desborde espiritual de Florio, delimitando lo inabarcable, lo indecible, lo indescriptible de su experiencia nocturna. Y en este sentido, tomando a Shelling, esta intuición que aventura Florio a su viaje y más tarde aumenta su deseo de contacto y descubrimiento de la identidad de la joven griega, es el descubrimiento de su propia interioridad, de su yo, de su propio amor, de lo absoluto que no puede ser aprehendido ni comunicado de una manera descriptiva. Es la intuición intelectual, dice Schelling, la que conduce hacia un conocimiento que se alcanza de una manera inconsciente o no deducible lógicamente, y que sólo puede comunicarse a través de una intuición inmediata, estética, que pretende objetivar lo que no es objetivable. Esta objetividad universal es el arte, que aparece como condición para el reconocimiento de lo absoluto que excluye la limitada lógica del entendimiento, y que condensa en esta historia la estatua de la Venus como símbolo y experiencia del amor.
De algún modo podemos ver también la sustitución de la luz de la estética clásica, de la Venus, por las tinieblas presentes en el relato. La racionalidad aparece trasnochada por el sueño, lo cual se puede comprender desde un doble postulado, una lucidez que se traduce en una vuelta a los orígenes.
El viaje iniciático es una marcha hacia el saber pero a la vez una marcha hacia lo primigenio, hacia atrás, hacia un amor sublime escondido en lo más profundo de su ser y de la construcción del mismo.
Para acceder a este conocimiento Florio deberá enfrentarse con sus propios deseos y su mundo interior. La Venus materializa estas emociones y deja en Florio la perturbada duda de su origen. Su búsqueda se refiere a la identidad de la joven griega cuando sólo forma parte y cobra vida siendo la exteriorización de su mundo interior.
El camino que andará Florio revelará la función del amor en la formación de su identidad personal. El despertar del deseo amoroso a la vista de la Venus es lo que le dirigirá los pasos para reunirse con el ser cuya imagen le ha seducido. Es una fuerza primitiva la que lo arrastra, una fuerza que es de naturaleza pulsional. La iniciación de Florio consiste en la sublimación de este primer deseo.
El nivel simbólico de la figura y de la lucha contra las tinieblas en la que ella aparece se hace evidente en muchos de sus diálogos con su compañero Fortunato, que como dijimos, siempre aparece explicitando las sensaciones de Florio. También la recurrencia a la diferenciación entre la “luz” y la “oscuridad” como manifestaciones de los espacios que recorre y los síntomas de la naturaleza que lo rodea, acuden a establecer una aguda coherencia con la inestabilidad de su espíritu:
“La mañana-dijo Fortunato riéndose- es una buena y sana compañera cuando se lanza alegremente desde las montañas para despertar a un mundo adormecido, y sacude las lágrimas de las flores y los árboles, y alegra la naturaleza con sus cánticos. No tiene en cuenta tiernos sentimientos, sino que te remueve y suelta la carcajada al ver tu semblante, pálido, todavía envuelto por la luz de la luna...”
Los recursos a imágenes literarias de una potencia, digamos, cósmica, son atributos simbólicos que emparentan la noche con la incertidumbre, el día o la luz con la reflexión y el intento por comprender lo sucedido.
Las fuerzas de la naturaleza manifestadas por el viento, torbellinos, tormentas, nos hablan del cierto poder que se está despertando, donde Florio deberá traspasar una serie de pruebas a través de su viaje para alcanzar una etapa de conocimiento y sensibilidad superior a partir de la concientización de su mundo interno.
En términos morales el principio de la oscuridad, que aquí sería “negativo”, debe ser lo suficientemente enérgico como para explicar la luz de la conquista final, del saber. Recordemos que al final del viaje, Florio, cambiará de finalidad sin por ello renunciar al primer objeto de su deseo, optará por la joven y por la sabiduría recogida de su experiencia, habiendo superado , sufrimientos, desesperanzas y desconciertos. El amor ya no será visto por él como un impulso instintivo. Al final, cuando Florio se une a la salida de la ciudad con Fortunato, el tío de Bianca (la joven de la plaza) y un niño que acompaña al tío, se encuentran en una de las tiendas a Bianca, y es aquí el momento en que Florio le confía sus emociones y triunfa una gloriosa luminosidad:
“Me parece como si hubiera vuelto a nacer, como si todo me fuera a salir bien desde que os he encontrado. Nunca más me separaré de vos, si me concedes esa gracias...
Bianca le miró en vez de darle respuesta, como preguntándole a su vez con alegría contenida e incierta, y pareció entonces un ángel alegre en el profundo azul celeste de la mañana, que venía a su encuentro derramando sus rayos dorados. Los árboles resplandecían de luz, innumerables alondras cantaban alborozadas en el claro aire y así continuaron jubilosos sobre las radiante praderas hacia la floreciente ciudad de Milán.”
La estatua de mármol es de 1819 pero si tomamos las palabras de Starobinski nos encontraremos con algunas posibles respuestas sobre la utilización de ciertos recursos en relación a la luz y la oscuridad:
“Si observamos, alrededor de 1789, las innumerables obras que intentan imponer la imagen de la luz triunfante, de la claridad victoriosa en su lucha contra las tinieblas, se nos muestra que, en los grandes artistas, la sombra jamás se deja expulsar del todo; vuelve al asalto, de una u otra manera.”[1]
Starovinski refiere su análisis a la Revolución Francesa, de la cual entiende que se concibe en un primer momento como la gran aurora del género humano para después dejarse invadir por la sospecha, por la obsesión del enemigo interior, por el terror. El romanticismo, en este caso el romanticismo alemán, recurrirá también a personajes míticos análogos al conflicto entre la luz y las tinieblas expresando el aspecto problemático, errante y nocturno del mundo moderno. Pero a la vez se puede traducir en un camino hacia una lucidez mayor relacionado con un proceso de conocimiento que abre camino en medio de la oscuridad del bosque, y que para lograr el conocimiento verdadero se debe pasar por estos estadios.
Rovatti es clarificador en esto y sostiene que ya no nos encontraremos ante simples analogías u oposiciones; cada palabra deberá cargarse de múltiples sentidos entrecruzados y hasta equívocos, contradictorios hasta lo paradójico. La luz no será simplemente opuesta a la oscuridad, y no será una simple luz; la llamada no será un verdadero llamar, ni el escuchar un simple oír, el despertar no podrá ser un despabilarse, así como la Lichtung no es un calvero en medio de un bosque, y el lugar del pensar no es un verdadero lugar. Asimismo, el regreso es una partir inhabitual, la lejanía es un elemento fundamental de la proximidad; este partir es un aproximarse, este mirar podrá ser un escuchar. Rovatti trabaja sobre esta ambigüedad que convierte la obra en abanico de significados cruzados y encubiertos de los cuales resulta la calidad artística de la obra, espacio metafórico que se abre gracias a conexiones de diferente naturaleza y que permiten presentar lo real y hacer frente a la paradoja de “ver lo que es invisible” a través del lenguaje.
“La atenuación de la luz es una apertura de horizonte, una ampliación de la experiencia, cuya condición es un confiarse a la impropiedad del lenguaje, a la oscilación del sentido, a un peligroso yerro”[2]
Esta luz atenuada, esta oscuridad desde donde la luz surge y que se expresa a través de las metáforas sólo puede manifestarse si se confía, dice Rovatti, en la ‘divergencia’ de la palabra poética. La “luz negra”, por ejemplo, es el modo lingüístico con el que Derrida elige indicar una experiencia subjetiva, una experiencia de conocimiento. Donde el enigma metafórico trata de expresar el correlativo enigma de un punto de vista que se coloca del lado del sujeto y que trata de hacer valer su singular posición. La luz negra, sería en Derrida, un elemento intermedio entre mundo e idealidad, el momento en que la verdad para ser revelada debe negarse a la visión, ocultarse.
“En la metáfora de la luz negra, lo alto y lo bajo, el cielo y al tierra, no se oponen anulándose. La luz, lo alto, el cielo, el ‘éter del pensamiento’, no se transforma en su opuesto. La luz no tiene un opuesto y, sobre todo, no es la sombra su opuesto; vale decir que el pensamiento no se puede negar dialécticamente como pensamiento, y que el pensamiento de la sombra, de la noche, de la ‘locura’, es siempre una luz disfrazada, una razón astuta.”[3]
Tomando parte del texto en donde Florio insiste en encontrar al ser que cautivo su mundo, se encuentran gran parte de estás representaciones y otras también en relación a la producción de imágenes interiores:
“Luego se puso a pasear con agitación entre los árboles. Su alma anhelaba la llegada de la noche. Fortunato, con sus palabras, le había desconcertado, y sentía una extraña inquietud. Ya no sabía lo que quería y tenía la sensación de ser un vagabundo nocturno al que repetidamente llamasen por su nombre. Permaneció pensativo más de una vez ante la maravillosa perspectiva que le ofrecía el paisaje, como si quisiera preguntar cuál sería su futuro a las potentes y gozosas fuerzas del mundo. Pero sólo la mañana le iluminaba con sus luces mágicas a través de los árboles, y su ardiente corazón permanecía dominado por el ensueño. Luego temblaron las estrellas y fueron extendiendo su círculo mágico, y a la luz de ellas la bella estatua de mármol apareció con una nueva y poderosa atracción...”
Esta ambigüedad entre la realidad y la fantasía, el estado de ensoñación de Florio que se encuentra representado a través de diversas manifestaciones de la luz y de los elementos que componen los espacios, naturales o no, que lo rodean, son parte fundamental en la expresión de su sentir y en la presentación de su mundo psíquico donde el descubrimiento del objeto real de su amor todavía está velado por una serie de prefiguraciones imaginarias que lo anuncian. Un estado inicial del deseo que es puro sentimiento y que todavía no a abierto los ojos completamente ni sobre el mundo real, ni sobre la ensoñación, es un tumulto oscuro, como diría Starobinski en El ojo vivo. Primero se impone el sentimiento, luego la producción de imágenes interiores acude en ayuda del sentimiento que tiene como efecto distender la situación, entretener la inquietud, hacer más tolerable la oscura fermentación del deseo.
La ensoñación en su caso se atribuye a la ilusión de abrirse al mundo cuando en realidad solamente se hunde en un espacio que produce ella misma. El ámbito propio de la imaginación se encierra entre una oscuridad primera y un deslumbramiento final que parecen juntarse.
“Esta total presencia que ha reabsorbido todas las diferencias, que ya no dialoga con ninguna figura extraña (ni siquiera imaginaria), llega así a menudo a sentirse equivalente al todo del universo. La adecuación a la totalidad cósmica es el punto supremo que la imaginación puede alcanzar, pero donde toda imagen perece.”[4]
Pero como refiere Starobinski, y su conclusión entraría en relación con el desenlace de nuestra historia es que el poder expansivo del deseo, tras haber suscitado el mundo imaginario para negar y superar las imperfecciones del mundo real, termina su trayectoria con una ultima negación, que deroga al propio espectáculo de lo imaginario. La imaginación se opone a las mentiras y a los vicios de la sociedad construyendo aparte el reino de los tipos perfectos y de las virtudes superlativas. Su belleza esta ligada al no-ser , buscar siempre lo que no existe. Las imágenes que evoca para satisfacer su necesidad de amar no son más que el señuelo en el que su propia libertad se fascina y se aliena y viene a entristecer de repente su alma. Este vacío también debe ser negado y es allí donde Florio logrará superar la última prueba en el camino hacia su auto-conocimiento y posicionarse en un nivel superior del saber. Esto me recuerda el último encuentro entre Florio y la joven griega:
“-¡Dios mío, no dejes que me pierda en el mundo!. Apenas había pronunciado estas palabras en su interior, se levantó fuera un fuerte viento, como de una cercana tormenta, que soplo agitando todo.(...) tormenta parecía aproximarse, el viento silbaba uniéndose a los tonos de la canción desgarradora y su silbido atravesaba la casa, amenazando apagar las luces, que se agitaban con violentas oscilaciones. Súbitamente, Florio dio unos pasos atrás, púes tuvo la sensación de que la dama estaba ante él con los ojos cerrados y el semblante y los ojos completamente blancos... Al desaparecer el fugaz relámpago, desapareció también el espantoso rostro. De nuevo la estancia quedó en penumbra y la dama apareció sonriente como antes, pero silenciosa y entristecida, como reteniendo sus lágrimas”
De la misma manera que había abandonado el mundo para entregarse a lo imaginario, ahora lo imaginario se desvanece ante la verdad misteriosa con la que ha estado jugando. El éxtasis cósmico, el sentimiento de la existencia desnuda, tendrán el valor de una negación de la negación, una vuelta a la plenitud primera, tras el rodeo por las apariencias ilusorias. Para esto hace falta un poder de abandono total que es representado al final de la historia con el agotamiento feliz en el develamiento de la verdad, el enfrentamiento con sus contradicciones, su encuentro con Bianca y el camino del regreso vespertino.
Luego de su paseo por Lucca, Florio volverá al camino con su amada habiendo superado las turbaciones e inquietudes que le poseyeron, por lo cual ya no será el mismo de antes sino que su ser a sido modificado por el viaje y por la experiencia estética suscitada por la Venus. Experiencia que lo a conducido a contrastar su mundo imaginario con la realidad en busca de su autenticidad y la fuerza de expresar en su decisión final la naturaleza de su amor.
[1] Srarobinski, Jean; 1789, los emblemas de la razón; Ed. Taurus, Madrid, 1988, pág: 127-128
[2] Rovatti, Pier Aldo; Como la luz tenue,metáfora y saber, Ed. Gedisa, Barcelona, 1990, pág: 72
[3] Rovatti, Pier Aldo; Como la luz tenue,metáfora y saber, Ed. Gedisa, Barcelona, 1990, pág: 125-126
[4] Starobinski, Jean; El ojo vivo; Ed. Cuatro, Valladolid, 2002, pág:117
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