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A propósito de la exposición retrospectiva que realiza el Museo Guggenheim Bilbao de las obras de Juan Muñoz es preciso destacar la variedad de aspectos que el artista ha desarrollado a lo largo de su trayectoria.
Incluso confluyen en cada uno de sus trabajos diversos oficios y/o técnicas destinadas a disciplinas dispares del campo artístico y extraartístico.
Seres anónimos, uniformados, asimilados a unas mismas características físicas y expresivas son simbolizados por la casi ausencia u ocultamiento de sus órganos sensitivos receptores. Los conocidos sentidos de la vista, olfato, gusto, parte fundamental en el proceso de interpretación de los estímulos externos, se presentan incapaces de distinguir cambios en el ambiente.
Las figuras homogeneizadas, detenidas en la acción inútil de comunicar o aprehender lo que los rodea, se sitúan en posiciones ridículas con su entorno, en el sentido de que su accionar con el mismo frustra la posibilidad de diálogo. Los hombres de Juan Muñoz hablan a las paredes, a la nada, a otros sin oídos. Intentan expresar, inclusive en lenguaje corporal lo que nunca llega a comunicarse.
Detenidos en su empeño es también el espacio arquitectónico el que genera un mundo inhabitable, infuncional. Estructuras símiles al interior de cualquier vivienda pero que se componen de elementos atrofiados en su funcionalidad primaria. La única función que los define es la de connotar una abertura o una escalera pero imposibles de recorrer o de relacionar un espacio con otro. Es el sentido estético el que prevalece en su carácter simbólico relacionado a un contexto que refiere a la imposibilidad de la dinámica de la vida.
El artista presenta sus instalaciones en amplios espacios sin saturación visual. Los complejos escultóricos son austeros, de mínimos recursos, sólo los necesarios para la elaboración del mensaje. Los ambientes generados por Juan Muñoz parecieran estar abarrotados de ausencia. Uno puede transitarlos por el simple hecho de que físicamente esto es posible pero son lugares que no invitan a estar, sólo a extraviarse en el sin sentido de lo invariable, es inmediata la presencia de un organismo inalterable. Se trata de espacios habitados sólo por seres volcados irremediablemente hacia su interioridad.
La tensión entre presencia y ausencia, entre la visibilidad de un atisbo de deseo, de contacto con el exterior y el aislamiento enfermizo con su consecuente reflexión individual caracterizan las obras. La reproducción de actitudes y gestos humanos en seres amputados de los medios para desarrollarlas, ya sea en su configuración física, ya sea en los espacios donde están dispuestos pareciera ser un repertorio de situaciones irresolubles que concluyen en lo absurdo o en la supresión del anhelo de transmitir.
Los trabajos de Muñoz indagan sobre la identidad. Sobre la necesidad de detenerse y volver a examinar en la naturaleza del hombre, pero del hombre sumergido en la cotidianeidad de la sociedad contemporánea.
La soledad se expone como la causante de la división del ser humano en un mundo de contrarios. Entre el empeño y la voluntad por manifestar aquello encubierto bajo su aspecto indiferenciado o dirigir su revelación hacia un mundo interior ininteligible continuando con escenas de inconclusa conexión, de insinuaciones sin correspondencias.
Un muñeco de ventrílocuo sin ventrílocuo, el apuntador ante el escenario vacío, las enigmáticas figuras cómplices y sonrientes de no se sabe qué cosa. Todas situaciones sin explicación entre juegos de apariciones y desapariciones.
En los complejos escultóricos del artista no es el cuerpo, la figura, la que concentra sola la energía del mensaje. Podemos decir que existe una aguda y precisa conexión entre todos sus elementos. El escenario arquitectónico, las figuras, su disposición, los vacíos, los sonidos que muchas veces provienen de los motores utilizados para la movilidad de sus composiciones. El ámbito expositivo queda imbuido de la expresividad enigmática de la acción que sucede a partir de la dialéctica de todos los elementos participantes de la obra.
La oportunidad de recrear una mirada fluida y un espacio transitable para la contemplación de la obra en su integridad acentúa la profundidad de la percepción y la reconsideración de elementos dentro de cada fragmento de la instalación permitiendo la vivificación de la materia.
Este tipo de percepción anula la distancia entre la obra y el espectador y nos genera la idea de una interpenetración que nos sitúa en el núcleo de la experiencia estética.
Se trata de una mirada próxima y móvil, no única, que se aleja de una interpretación totalizadora hacia múltiples lecturas como unidad indeterminada.
Las diversas figuras y elementos de las obras comienzan a equivaler a una cosa viva que simbolizan nuestra experiencia en el proceso de conocimiento a través de la contemplación de la misma. De modo que las figuras, o en muchos de estos casos, la escenificación del complejo escultórico es fundamental en la composición y en la vivencia del juego propuesto para la proyección de nuestro propio ser. Esto es que en definitiva la creación artística siempre se encuentra modificada por nuestra percepción y somos nosotros los que también alteramos nuestra apreciación de las cosas gracias a ella.
Esta idea de interioridad de la obra, de interioridad sujeta a al receptor, y el hecho de un contemplador susceptible a lo manifestado por la obra, conserva el sentido vivificante que le otorga potencia a la materia artística y que a su vez materializa nuestra experiencia en la misma.
El asunto en cuestión en los trabajos expuestos son la manifestación de lo más profundo de nuestras problemáticas actuales en cuanto a individuos que no encuentran solución a sus problemas existenciales más primarios, a la necesidad del otro para la continuidad y expresión de nuestra humanidad, la imposibilidad de construir individualmente y la frustración de no encontrar respuesta dentro de las concepciones concebidas en la actualidad. Pero nos encontramos con una paradoja en la producción de Muñoz, el mensaje logra trasladarse y ser reflexionado íntimamente a través de sus producciones. Paradoja propia de las artes que poseen la habilidad para expresar lo indecible e inconmensurable. Es el arte el que rompe con la imposibilidad de decir por medio de su facultad para objetivar nuestras impresiones e intuiciones más profundas, conservar nuestros deseos y miedos, lograr comunicarlos y de este modo intervenir y modificar nuestra forma de vida.
El arte es lo que hace de la obra de Juan Muñoz no un dictamen de nuestra realidad ni una denuncia de nuestras miserias sino la apertura a la reflexión, al diálogo y a la modificación de nuestra existencia en sus aspectos más dinámicos y positivos.
De algún modo sus seres nos miran desde su interior y nos aproxima a nuestras verdades, dificultades y superaciones, para nuestro desarrollo espiritual y humano.
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